sábado, 13 de febrero de 2016

POLÍTICA, SUEÑOS Y REALIDADES

FACETAS DE LA POLÍTICA, UN LIBRO INÉDITO 

DE JOSÉ PEDRO CARDOSO

 
Prof. Fernando López D’Alesandro.





La última vez que vi a José Pedro Cardoso, ya sobre el final, cambiamos apenas unas palabras. La despedida me quedó grabada para siempre: cuando me dio la mano, el apretón tenía la fuerza, increíble, de un hombre joven.

En agosto de 2003 llegó a mis manos Facetas de la Política. Esperaba encontrarme con la habitual especulación teórica, más o menos seria, que ha dibujado el perfil del socialismo uruguayo. Comencé a pasar las hojas con las defensas altas para contrarrestar la acostumbrada lluvia de datos y elaboraciones teóricas fundadas en los textos habituales.

Para mi asombro  el trabajo de Cardoso es exactamente lo opuesto y hoy este texto de hace cuarenta años sorprende por su actualidad pero, sobre todo, por su utilidad. No encontré un gramo de abstracción en sus páginas sino, por el contrario, análisis y propuestas sobre la política práctica y operativa, tan necesaria hoy en día. Político pragmático y de acción, José Pedro Cardoso transmite en sus páginas la fuerza que tuvo siempre, la misma fuerza de aquel apretón de manos de sus días finales, hace seis años.

Quizá acuerdes conmigo no sólo sobre la vigencia de sus posiciones, sino también, por lo premonitorias. En política es muy fácil ser profeta de lo acontecido, pero es casi imposible prever lo que vendrá con exactitud quirúrgica. Espero que el asombro que despertó en mí la justeza de sus prevenciones no responda sólo a un despiste personal del que esto escribe y sea confirmado por todos aquellos que en cualquier nivel de militancia o compromiso político busquen respuestas prácticas sobre el hacer y el construir. Desde su experiencia política –y casi sólo con ella- en 1974, a los 71 años, Cardoso analizó aquella época oscura, las bases de la praxis política, el papel de las organizaciones y el accionar de los hombres con sus vicios y sus grandezas. Hoy, cuando por primera vez en nuestra historia las fuerzas de izquierda acarician la posibilidad de la victoria, la palabra de Cardoso aparece como una sabia enseñanza, pero también como una experta advertencia.

LA MILITANCIA Y LOS HOMBRES

La militancia es, primero, vocación: “[…] un elemento esencial para la afirmación y el encauzamiento de la vocación política es la toma de conciencia de la realidad social en la que va a reflejarse y actuar la vivencia de los sentimiento vocacionales, integrándose en una formación ideológica acorde con ellos”. Es el entorno social el que genera la conciencia y encausa la vocación política, abonada por la formación ideológica que estructura, no al militante perfecto –que no existe- sino al militante capaz de entender su realidad y cambiarla.

Claro, la política es hecha por hombres y sus errores y mezquindades no pueden escapar a un análisis realista como el que Cardoso nos deja. “El político en cuyas actitudes domina el afán de ser valorado por encima de los demás, el vanidoso, crea, más tarde o más temprano, problemas, conflictos, enfrentamientos en los que pueden confundir y arrastrar a muchas personas, y producir situaciones críticas que, sin ese componente –a veces lindante con lo patológico- podrían encaminarse a soluciones acordes con los hechos reales”. Así, este tipo de personaje hace de “su falsa modestia en procura de demostrar hasta en su indumentaria, en la manera de comportarse en al tribuna y en otros detalles externos, su prurito de juzgar mal o bien las reuniones según lo que él haya podido hablar”. ¿No hemos visto y sufrido, a personajes por el estilo? ¿No se han vuelto comunes en la izquierda conforme nos acercamos a la posibilidad del poder?  ¿Cuántos, al leer estas páginas, recordaremos a aquél que se alejó cuando no pudo acceder a esta o aquella posición? Sin duda la ambición existe, pero vale si, como decía Gramsci,  sirve para elevar a todo un colectivo, tanto en lo partidario como en lo social. A los personajes que describe Cardoso, la historia los olvida rápidamente. Tanto como a aquellos “que abandonan un partido de la clase obrera para incorporarse a uno de los que hoy son llamados ‘grandes’ partidos de la burguesía, […] son personas cuyo cambio está determinado por intereses y apetitos personales”. Estas líneas, escritas quince años antes de la ruptura del Frente Amplio, son demasiado premonitorias como para ser pasadas por alto. Basta recordar el derrotero político de los escindidos y su pálido final en filas del coloradismo, para comprender que la experiencia de Cardoso y su agudo análisis, si bien no ofrece leyes –imposibles de hacer en política- nos da una guía sobre las conductas, vital hoy para entender los peligros que nos pueden acechar de cara al poder.

Pero así como sufrimos lo anterior, también vivimos el camino inverso: “Nunca me cansaré de llamar la atención sobre la posibilidad de cambios profundos en materia ideológica, en jóvenes sobre los que las influencias educacionales y ambientales moldearon un pensamiento reaccionario y que, luego, aleccionados por los hechos y por otras influencias intelectuales y morales, llegaron a la liberación de las raíces oscuras que los ataban a la reacción”.

EL PARTIDO, EL FRENTE Y LA UNIDAD

“Triunfan de los temporales y la tormentas los partidos que tienen una definida concepción ideológica, política y organizativa”.

El partido es un instrumento, jamás un fin en si mismo. Pero así como es necesario darle a la organización un cuerpo teórico coherente para la acción, su estructura general debe constar, como partes fundamentales, de democracia interna, disciplina y crítica. “[…] el aprendizaje demuestra que tales cimientos se fortalecen cuando tenemos la permanente preocupación de educarnos políticamente, cuando las decisiones surgen del ejercicio real de la democracia interna, cuando se acepta la disciplina y se repudia toda formación de grupos y fracciones, cuando se procura la erradicación del sectarismo y del dogmatismo, cuando la crítica y la autocrítica se ejercen lealmente, cuando tenemos presente, en cada momento, que no puede haber avance sin vinculación estrecha con la realidad de las masas populares, cuando somos estimados y respetados dentro de la unidad del pueblo”. Sin duda lo anterior es básico, para “la acción propia o independiente como en la acción conjunta con otros partidos”. Pero hay una clave fundamentalmente práctica, simple y clara, sin la que ninguna organización de izquierda podrá triunfar: “conocer el país”.

Daría para largo analizar la teoría de los frentes populares. Diremos solamente que la experiencia acumulada al respecto desde la década de 1930 en el mundo nos enseña que las unidades de este tipo tienen dos caminos a futuro, su disgregación o su consolidación progresiva. La cuestión más problemática para analizar estas experiencias son las razones de sus éxitos o de sus frustraciones. 

Sin duda el resultado se vinculará más a la realidad de la acción que a la especulación teórica, por tanto el estudio puntual de cada una de ellas responderá a las realidades históricas que les tocó vivir. El Frente Amplio tiene la suya en particular, que Cardoso desglosa en diversos sentidos. “Hemos aprendido en esa práctica –nos dice- que, cuando se unen fuerzas diferentes en torno a un programa común, de trascendente proyección, debe tenerse presente la influencia de dos elementos de consolidación y dos de disgregación de la unidad. […] Claridad y firmeza en cuando al concepto básico de que un movimiento de esa índole no es concebido para cumplir una etapa limitada por una contienda electoral, sino para una acción política de fines trascendentes. Lealtad a los compromisos contraídos para la lucha unitaria y en las relaciones establecidas entre los componentes de la coalición”. Los elementos que lo disgregan son: “Tomar el movimiento unitario como un instrumento político efímero destinado a solucionar problemas coyunturales […] usarlo para cubrir objetivos y métodos distintos a los que motivaron la constitución del movimiento”. Ahora bien, ¿cómo se mantiene la vigencia del Frente, especialmente en 1974, cuando se escribieron estas líneas? “Por encima de vicisitudes, de represiones de todo tipo, por encima de la imposibilidad de cualquier expresión pública que signifique funcionamiento orgánico, aún bajo la forma de reuniones mínimas del Frente o de cualquiera de sus grupos componentes […] por encima de la aplicación del ‘plan mordaza’ a todas las publicaciones, con Seregni preso, se ha mantenido vivo el sentimiento de unidad, una especie de ‘mísitica’ frentista.  Y esto es un hecho político. No es una creación romántica: es una realidad política. Quienes la desconozcan errarán el camino”. No tengo dudas sobre la fuerza de la mística frentista. Soy un convencido de que el Frente Amplio resurgió en 1984 como producto de ella y se mantuvo firme y ganó en Montevideo a pesar de la ruptura en 1989, cuando la derecha aplaudía la fractura y firmaba su partida de defunción. Y a la larga, el Frente no sólo triunfó, sino que volvió a convocar y a ampliar su espectro con el Encuentro Progresista, como condición necesaria para el triunfo. De nuevo, Cardoso lo percibió: “Es, precisamente, en este terreno, en un proceso con esas características –proceso en el que la dinámica del Frente Amplio deberá jugar un papel impulsor que sobrepasará sus propios límites- en el que sitúo el hecho histórico del progresivo acortamiento de distancias políticas entre organizaciones, movimientos y tendencias del pueblo al producirse su convergencia hacia los objetivos de la Revolución Nacional”.  Y se pregunta ¿Frente? ¿Alianzas? ¿Movimiento orgánico, con otras características? No se. Será un movimiento de masas auténticamente nacionalista, es decir, al servicio de la Nación, de su libertad política y económica. Para ello será necesario que tenga, y habrá que tenerlo, un contenido programático verdaderamente liberador”.

El Frente Amplio es un fenómeno político que los cientistas sociales no logran explicar a cabalidad. 

¿Qué es lo que hace mantener unidas a organizaciones diversas? El hecho de que aquellos que se han separado de la unidad hayan fracasado, muestra a las claras la fortaleza de la propuesta. 

¿Pero sólo la mística explica el éxito político? Si sólo nos centráramos en ella para explicar la historia, nos quedaríamos cortos. La unidad se explica en los hechos y es también esa realidad, tantas veces, la que se encarga de tirar abajo el mejor modelo teórico. “Las masas comprenden y sienten que, especialmente cuando se tiene en frente una fuerza que ataca con saña, la unidad es ineludible, y que aquellos que desde dentro, con actitudes sectarias o con deslealtad al solidario compromiso común, dividen lo que debía estar unido, están debilitando al movimiento liberador y facilitan así los planes del enemigo. Abordada la empresa liberadora a través del camino de la unidad es primordial, es vital que este sea realmente recorrido y que en ningún momento sea obstaculizado por intereses grupales”.

LO SOCIAL, LO POLÍTICO Y LA COYUNTURA HISTÓRICA

Cardoso veía como inevitable el papel de la clase obrera y de los partidos de clase en la construcción de la herramienta política. “Todo movimiento de liberación debe tener como garantía a la clase obrera influyéndolo en posiciones claves desde el punto de vista de las responsabilidades de la conducción. Es una clase que, como tal, difícilmente es llevada a promover la acción violenta contra el Estado capitalista sin estar en condiciones de enfrentar su respuesta represiva, como también es difícil que un movimiento que integra pueda ser conducido a posiciones equívocas o débiles en sus relaciones con la burguesía”. Uruguay acababa de pasar por la experiencia de la guerrilla urbana, expresión clasemediera –“en nuestro país se [ha] producido una violenta radicalización de numerosos integrantes de ciertos sectores de la clase media, -señala Cardoso- incorporados a las filas del movimiento tupamaro o simpatizantes con él”- con todas su terribles consecuencias. La experiencia tupamara reafirma, en tal sentido, la necesidad de que los partidos obreros dinamicen el proceso de la unidad. Los hechos históricos demostraban, duramente, cómo el inmediatismo pequeño burgués hundió al país en la frustración y la dictadura, consecuencia inevitable de la irresponsabilidad.

Pero no sólo los partidos obreros son los actores del cambio: “Aparece muy claro, pues, que los imperativos de la conciencia política de los sindicatos, que los condujeron, primero, a plantear, junto con sus reclamos económicos inmediatos, las líneas básicas de un nuevo régimen de producción, de comercialización y de finanzas públicas; que los han llevado, luego, a una resistencia memorable y a una lucha difícil contra la dictadura, los llevará también a jugar un papel de primer plano en el futuro político de nuestro país”.

Pero así como Cardoso analiza el perfil del movimiento popular y sus alterativas futuras, también nos ofrece sus puntos de vista sobre los responsables de aquella situación. Ocultos detrás de lo que llamaba los disfraces políticos, los partidos tradicionales hicieron de la demagogia su forma de acción, del disfraz ideológico el manto que cubrió su inoperancia y su entreguismo para terminar como hoy, viviendo “el emparejamiento o indiferenciación ideológica de los dos viejos partidos llamados tradicionales”. La consecuencia política de este proceso partidario fue inevitable y hoy la seguimos sufriendo: “Las ficciones democráticas producidas en la superestructura política, por encima o en la superficie de las causas básicas, profundas del proceso nacional, al ir quitando al pueblo su real poder de decisión, han contribuido a poner los resortes del Estado en manos de los intereses, nacionales y extranjeros que dominan la economía y han contribuido, así, a la quiebra violenta de las instituciones que ha sumido al país en la crisis integral en que se debate”.

Los disfraces cayeron el 27 de junio de 1973, pero advertía que “a pesar de los conatos definidamente fascistas que se manifiestan en su seno y que quieren dar permanencia al régimen, caerá un ilevantable y sancionador telón sobre el gobierno presidido por Bordaberry y su fase predecesora. Los pueblos siempre vuelven por sus fueros”. Y volvería –como lo hizo- como “pueblo organizado con objetivos de cambio social, que en el Uruguay de antes fueron atributos sólo de las corrientes más avanzadas. Se convertirán en objetivos de grandes masas, fortalecidas por aportes sociales y políticos a impulsos de la nueva conciencia que la dictadura oligárquica a contribuido a crear con su política crudamente clasista y su represión”.

Cardoso esperaba que “sectores clarificados de las fuerzas armadas”  jugaran un papel acorde con “la lucha del pueblo por sus derechos  libertades”, cosa que no sucedió. Lo que si aconteció fue “la conjunción de fuerzas diversas” que allanaron el camino hacia la democracia. Pero tenía claro que no podía darse “un programa de cambios ambicioso, mucho más allá de la conquista de las libertades y los derechos esenciales”. A pesar de que los aliados circunstanciales en el camino de la apertura democrática no iban a ir más allá de la recuperación institucional, esa lucha profundizaría la unidad progresista, pues “nadie sufre más que los trabajadores las consecuencias de un régimen oligárquico y autoritario, sabe que está en juego su libertad y su pan y que, para defenderlo, es políticamente limpio y legítimo unir sus esfuerzos con los de todos aquellos que, en una etapa extremadamente crítica de la vida nacional, buscan una salida común”.

El resultado final de la apertura, proceso en el que Cardoso fue un protagonista clave, le volvió a dar la razón. Ni la multipartidaria buscó ni pudo darse un programa económico social, ni la frustrada CONAPRO logró hacer realidad los acuerdos trabajosamente firmados. Sin embargo, la unidad popular, expresada en el Frente Amplio primero y en el Encuentro Progresista años después, demostró que la unión de todos los que buscamos “una salida común” sigue siendo el camino.

LA TIERRA

Dejo para el final uno de los problemas fundamentales del país, al que Cardoso dio especial importancia a lo largo de toda su carrera política: la reforma agraria. Dejada de lado desde hace mucho, llama la atención que en un país como el nuestro, donde la agropecuaria es –y ha sido siempre- el factor clave de la economía y del poder, no esté presente en el debate político de las fuerzas progresistas.

Sin temores ni reservas, Cardoso se pregunta por qué los partidos tradicionales, que manosearon el tema tantas veces, no se decidieron nunca a realizarla. “Es que se ha producido la fusión del capital territorial y el capital financiero e industrial, [y] hay representantes de esos intereses en ambos partidos”, reafirmando así la visión de que blancos y colorados son uno y lo mismo. Ni el Instituto Nacional de Colonización cumplió su función original, debido a que “los mismos agrupamientos políticos que le dieron existencia legal no le dieron los recursos necesarios y trabaron su actividad”

En Uruguay “el régimen de  propiedad del suelo adquiere una significación principal como infraestructura de las acciones políticas, aunque estas se presenten encubiertas por otros enfrentamientos. Una estrategia que no lo tenga en cuenta se aleja de la realidad nacional. El poder político en el Uruguay ejerce, entonces, una influencia decisiva en el mantenimiento de una forma de explotación agraria que, a fuer de anti-económica para el país, es anti-nacional”.

Conocedor de la acción en política, sabía que la realización de la reforma agraria “no es tarea sencilla ni breve”, por el contrario, la aprobación de los instrumentos jurídicos adecuados, “no es más que la apertura de una gran tarea”, para que la tierra deje de ser un bien especulativo y se transforme en bien social.

“Expropiar y distribuir la tierra no es hacer la reforma agraria”, aclara. “Es, si, su base ineludible. Sobre ella se edifica y se conduce el nuevo proceso productivo con sus inmensas posibilidades”. Naturalmente, que Cardoso era conciente de las tensiones que se desatarían, pues de todas las transformaciones que necesita el Uruguay, ninguna “determinará enfrentamientos políticos más duros y violentos que el que originará el cambio de la producción agraria”. Y en esa lucha, lo que denomina “la coalición capitalista”  resistirá codo a codo. Solo la conformación de un movimiento político “popular, nacional y unitario que, tal como consta en las bases programáticas del Frente Amplio, levante el postulado de la reforma agraria como una bandera de liberación nacional”  podrá contrarrestar el asedio del bloque conservador.

Un libro es sólo un libro, pero cuando expresa verdades duras y muestra que el cambio es posible, se transforma en un arma más eficaz que cien ejércitos. Por eso estas páginas de 1974 no pudieron ser leídas en su momento. Luego, la vorágine militante las postergó para un mejor momento, que aun no llegó. Para muchos serán utopías, para otros sueños irrealizables. “Si, sueños –nos dice Cardoso- que ponen un sello de legitimidad en una vocación que se proyecta hacia un porvenir distinto, precisamente porque lleva en si misma un designio generoso de cambios humanos y sociales, en ámbitos que pueden ser muy amplios”.


Y eso es este libro, un sueño inmenso, pero con los pies en la tierra. 

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